VOY A PINTAR HASTA NO TENER PENA

A principios de año, fui invitada a continuar mi trabajo sobre el tema de la explotación de los territorios y de los cuerpos en la región de Valparaíso en Chile. Un día en San Felipe, en el Valle del Aconcagua, unas amigas me invitaron a descubrir un palacio abandonado: la hacienda de Quilpué, también conocida como las Ruinas de Versalles. Las ruinas están situadas en un vasto parque inspirado en los jardines « à la française », formas geométricas que se apoderan de los elementos naturales. Una domesticación del paisaje como metáfora de la explotación e intervención de los territorios. Este lugar, vestigio de la dominación colonial y clasista, es también tristemente conocido por haber sido un centro de detención y tortura en plena dictadura. Hoy la vegetación endémica ha recuperado sus derechos, los ciudadanos disfrutan de la sombra de los majestuosos árboles, las ruinas han sido limpiadas por un colectivo de artistas de la cantidad de basura que ensucio todo el lugar. La naturaleza ha recuperado su espacio. Los artistas han invertido respetuosamente un espacio, comprometiendo sus cuerpos y sus tiempos. Todavía hay cicatrices tanto en la naturaleza como en los cuerpos. La memoria conjunta de los territorios y los seres. En uno de los derrumbes está escrito: Voy a Pintar Hasta no tener Pena.

La ruina de la hacienda de Quilpué es la más bella de todo los Versalles. Las ruinas de Versalles son un espejo invertido. 

La naturaleza recupera sus derechos. Un territorio explotado que vuelve a la vida gracias a una concordancia entre ser y seres. Las raíces de los árboles han atravesado el cemento, las plantas han tomado los lugares más hostiles. Una explosión de vida ha revuelto el riguroso del viejo continente.

Ese día pensé en mi cuerpo arruinado, mi cuerpo francés que lleva la memoria del pasado colonial. Europa que se enriquece con el extractivismo. Voy a Pintar Hasta no tener Pena.

Aquí se encuentra la sala de espejos más majestuosa: la que invita a la lucidez. 

Resuena el lema de los Zadistas en Francia : « No defendemos la Naturaleza; somos la Naturaleza defendiéndose ». El movimiento ZAD, Zona a defender, tiene su origen en la protesta contra los grandes proyectos declarados de interés público pero cuestionados en nombre de la protección del medio ambiente, en el derecho de las poblaciones locales a decidir sobre el futuro de sus territorios y en el rechazo de una concepción económica productivista.

Durante el encierro todos deseábamos que la naturaleza invadiera las ciudades, todos más atentos al regreso de los pájaros, a las plantas de las cunetas, felices con la proliferación de las malas hierbas, fascinados por la valentía de los animales salvajes que cruzaban las calles.

Hemos soñado con una vida más digna para el pueblo, más respetuosa con el medio ambiente, un cambio antes de la inminente catástrofe. Hemos olvidado que el mundo carece de respiradores, que no hay suficiente para todos como alimentos, atención médica, acceso al agua, vivienda, educación, cultura, respeto y dignidad.

Voy a Pintar Hasta no tener Pena.

Repito estas palabras como un leitmotiv, como una invitación a la multiplicación de las conciencias, de las acciones. Todos somos interdependientes como un rizoma, una inmensa red subterránea que se ramifica entre Cuerpos y Territorios. 

Durante el encierro, empecé a releer algunos libros, especialmente los que nunca había terminado. Me encontré con Mille Plateaux de Gilles Deleuze y Félix Guattari (Éditions de Minuit, 1980) cuyo subtítulo es Capitalismo y Esquizofrenia. Gilles Deleuze y Félix Guattari desarollan el concepto de rizoma como una celebración del pensamiento en red que es transversal, tentacular y nómade en contraposición a la raíz única y sedentaria.

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